Madeira. Un jardín colgante.

Aislada en mitad del Atlántico, como un preaviso de las islas del caribe americano, emerge el archipielago de Madeira, un edén con una exhuberante vegetación que trepa por las montañas

© Turismo de Madeira. Porto Santo. Nikon D5100 Af-s Dx Nikkonr 18-55mm f/3.5-5.6G VR (18mm, f5) 1/2000, ISO 320

Por: Rafael Vidal Sanz

Podemos imaginar, por la extraña visión de Madeira que se obtiene desde su isla hermana y chica, Porto Santo, que las leyendas sobre su descubrimiento son totalmente ciertas. Corría el año 1418 y dos navegantes portugueses, João Gonçalves Zarco y Tristão Vaz Teixeira, buscaban rutas hacia África, pero una tormenta les sorprendió y debieron recalar en un puerto seguro. Porto Santo llamaron al lugar. Desde allí se ve Madeira, aunque rodeada por unas densas nubes arremolinadas en sus boscosas y verticales cimas. Es una isla que se camufla a sí misma, que ahuyenta de los descubridores. Tal vez por eso, Zarco y Teixeira tardaron un año en arribar a sus costas, a la que inmediatamente pusieron un nombre literal por la exuberante flora que cubre su superficie. Madeira. Madera. Lo que nunca sobrará en estas tierras. Era 1419, hace exactamente 600 años. Quizá sea el año perfecto para visitar este cercano paraíso.

© Rafael Vidal Sanz. Acantilados en la Punta de San Lorenzo Canon 550D EF-S18-55mm f/3.5-5.6 IS (18mm, f9) 1/200, ISO 100

Funchal, la ciudad mosaico

Podemos imaginar, también, el fuego que ardió en la primera orilla que pisaron los descubridores, en aquel 1419, para abrir terreno a la huella humana. Allí, en el espacio que resultó de ese incendio, se fundó el primer asentamiento, la que hoy es la capital de la isla, Funchal. Otra toponimia vegetal, procedente de funcho, el hinojo, como si fuese la isla, y no el humano que la puebla, la que se bautizase a sí misma. Toda esta irrupción de la naturaleza se hace especialmente patente en el mercado do Lavradores, en cuyos puestos se exhibe una serie de arco iris de frutas entre las que destaca el maracuyá, presente en todas sus variedades. A su lado, la lonja lanza el grito de la subasta por todos sus costados, anunciando los pescados frescos disponibles en el día. Alguno de ellos puede ser, seguramente, el plato que más tarde degustes en los restaurantes locales, acompañado por maíz o plátano frito.

© Francisco Correia Mercado Municipal de Funchal Nikon D610 14.0-24.0 mm f/2.8 (14mm, f5) 1/100, ISO 400

Funchal es Portugal a miles de kilómetros de su metrópolis. Pero es Portugal. Los edificios están encalados en blanco y enmarcados en piedra en sus puertas y ventanas, como ocurre con el antiguo obispado, actual museo de arte sacro. Los azulejos trepan por las paredes de todas las iglesias. Y el pavimento presenta geometrías perfectamente diseñadas por los pedreiros de la ciudad, pues ellos saben que al andar uno mira al suelo tanto como al cielo. Funchal es Portugal pero en una versión exótica, con palmeras en sus parques, con taxis amarillos en sus calles, con una catedral coronada por un impresionante techo mudéjar que recuerda a las islas Canarias. Funchal es un Oporto que reemplaza la saudade por el tropicalismo.

Plaza de Povo, Funchal © Francisco Correia

Pero el origen de la ciudad presenta una excentricidad: no está en torno a la catedral sino desplegado junto a la costa, a partir de la rua de Santa María, la calle más antigua. Es una estrecha vía empedrada que desemboca en el fuerte de San Tiago y en la que coexisten tantas direcciones como casas construidas, pues todas las puertas están decoradas con pinturas y grafitis de artistas locales, como portales de acceso a otros mundos soñados. Aquí encontramos, al menos, dos vidas: una diurna, que nos incita a degustar los productos de la gastronomía local en restaurantes como Santa María; y otra nocturna con sabor a poncha, la bebida oficial del lugar.

Entre jardines verticales

Podemos imaginar, además, cómo todos los barcos que anhelaban llegar a América debían detenerse en las costas de esta isla de bosques. Junto al puerto, bajo la forma de un balcón en el acantilado, nació el Reid´s Hotel, un hotel de lujo en el que se hospedaron personalidades como Sisí la emperatriz o Winston Churchill, quien escribió parte de sus memorias en la isla. Podemos pensar la vista de la isla desde la borda del barco como un jardín vertical que parece impenetrable para el paseante…

© Rui Vieira. Canon EOS 5D Mark III Canon 550D EF24-70mm f/2.8L II USM (24mm, f4.5) 1/1600, ISO 100

Pero entre los escarpados valles hay un extraño sistema circulatorio que articula la isla: una serie de canales de riego, llamados levadas, acompañados de angostos caminos para transitar. El rumor del agua nunca abandona al caminante que se pierde entre los más de dos mil kilómetros de levadas que, como si fueran las venas de la isla, conectan todas las partes del organismo vivo que es Madeira. Por ellas se puede llegar a impresionantes miradores como el de Balçoes. E incluso ascender hasta algunos de los techos de la isla, como Pico Areeiro, de 1.818 metros, donde uno puede caminar, como un paseante del romanticismo alemán, literalmente por encima de las nubes. O sumergirse entre ellas.

Pico do Areeiro © Francisco Correia

Pero todo lo que sube, baja, y en Madeira lo hace de una forma especial: desde el santuario de Monte, al que se puede acceder en funicular desde el propio Funchal, hay un medio de locomoción que no se puede obviar en una visita a la isla. Son los carreiros do monte, unos cestos armados sobre patines que se deslizan por las empinadas calles de la ladera a 50 km/h. y son guiados por dos conductores desde la parte trasera. Así se desplazaban del monte a la ciudad desde el s. XIX. Así bajaban los primeros viajeros aristócratas que visitaban la isla a comienzos del s. XX. Así bajan, también, los turistas de hoy. A velocidad de vértigo.

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Reserva Natural da Rocha do Navio, Santana. Nikon D610 24.0-70.0 mm f/2.8 (35mm, f6.3) 1/500, ISO160

Hay otra bajada imprescindible, y es la del teleférico que le aproxima a uno a la Faja Dos Padres, un vergel resguardado por imposibles acantilados. Allí crecen los bananos y las verduras que después se pueden degustar, transformadas, en el restaurante ubicado en la orilla de la playa. Como una isla dentro de la isla, aporta una serenidad que parece proceder de un monasterio natural.

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© Rafael Vidal Sanz. Fajã dos Padres Canon 550D EF-S18-55mm f/3.5-5.6 IS (18mm, f9) 1/200, ISO 100

Un desierto flotante

Podemos imaginar, por último, cómo Cristóbal Colón pudo soñar desde aquí con América antes de existir América. Él fue el más ilustre habitante de la isla chica de Madeira, Porto Santo, pues se casó con Filipa de Moniz, hija del primer Capitán Donatario, Bartolomeu Perestrelo, y tuvo allí a su hijo primogénito Diego. Aunque fue breve su estancia, pues pronto abandonó el sedentarismo por abordar sus ambiciosos proyectos a través del mar. Frente a su húmeda vecina, Madeira, Porto Santo funciona como su antítesis, pese a estar a apenas 50 km. de distancia y a dos horas en barco: apenas llueve en ella y encontramos extensas playas, piscinas naturales en acantilados o un mínimo desierto que, como un oasis invertido, le hace perder a uno las coordenadas del lugar. En verdad, desde aquí, o desde cualquier punto del archipiélago de Madeira, uno siente que está navegando, como Colón haría años más tarde, hacia un lugar desconocido al que siempre se desea llegar.

Levada do Risco Nikon D610 24.0-70.0 mm f/2.8 (24mm, f2.8) 1/125, ISO 250

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar

TAP cuenta con vuelos a Madeira desde Lisboa y Oporto, y dispone de vuelos con conexión al archipiélago desde Madrid y Barcelona. Ofrece, además, un pequeño aperitivo en el trayecto basado en la gastronomía local.

Dónde dormir

The Vine Hotel Madeira aporta las comodidades de un hotel de último diseño en el mismo corazón de la capital de la isla, Funchal. Con unas modernas instalaciones, un spa con masajes aromáticos y una piscina descubierta en el ático con impresionantes vistas panorámicas, cuenta además con unas habitaciones diseñadas por la interiorista local Nini, célebre por reutilizar los materiales del lugar, como la piedra volcánica, para crear espacios por los que no pasa el tiempo. En los bajos se encuentra un completo gimnasio y un centro comercial.

  1. dos Aranhas 27, 9000-027 Funchal, Portugal

+351 291 009 000

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